DIOS ME OYÓ
Entonces quitaron la piedra. Jesús alzó los ojos, y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que me rodea, para que crean que Tú me has enviado” (Jua 11:41-42).
En el umbral del milagro de la resurrección de Lázaro, brilla la sublime y consoladora verdad de que el Padre, en su infinita bondad y misericordia, presta oído a las súplicas de sus hijos. En Juan 11:41-42, contemplamos la manifestación de la íntima comunión entre el Hijo y el Padre, un reflejo de esa majestuosa relación que desborda en la gracia que se extiende hacia nosotros, el privilegio de poder hablar con Dios.
¡Cuán grandioso y sublime es contemplar que el Dios del universo, en Su infinita majestad, escucha nuestras oraciones! Esta verdad debería inflamar nuestros corazones con un fervor santo, una alegría indescriptible y una reverencia profunda. No somos más que polvo y ceniza, un pequeño trazo en el vasto lienzo de la creación, y aun así, el Soberano del cielo y la tierra se inclina para escuchar nuestras súplicas. ¡Qué privilegio inmerecido, qué gracia indescriptible!
La oración, en este sentido, se convierte en un puente celestial, un conducto sagrado por el cual nuestras almas, cargadas de pesares y anhelos, acceden al trono de la gracia divina (Heb. 4:16). No es meramente un acto de comunicación, sino un encuentro santo, fruto de nuestra unión mística con Cristo en Dios. Al orar, nos encontramos en la presencia de Aquel que es Majestuoso, pero también infinitamente amoroso, misericordioso y Salvador.
Pero, hermano, reflexiona también en la responsabilidad que esta grandiosa verdad impone sobre nosotros. Saber que Dios escucha nuestras oraciones no es solo motivo de gozo, sino también un llamado a la santidad, a la pureza de corazón, a una vida que refleje la gracia que hemos recibido. Deberíamos acercarnos en oración con un sentido de humildad profunda, reconociendo nuestra total dependencia de Jesús.
En la escucha de nuestras oraciones por parte de Dios, hay una promesa de Su cercanía, una afirmación de Su amor inmutable y una garantía de Su fidelidad eterna. Es, en esencia, un recordatorio de que no estamos solos en este peregrinar terrenal, sino acompañados y sostenidos por la mano de Jesucristo, consolados por su corazón, y dirigidos por la voluntad de favorecernos con su gracia cada día.
Por lo tanto, que nuestras oraciones sean un reflejo de esta maravillosa realidad. Que se eleven no solo como peticiones, sino como adoración, como un fragante incienso de gratitud y amor hacia Jesucristo que, en Su magnanimidad, ha elegido escucharnos. Y en esta práctica devota, hallamos no solo consuelo, sino una profunda transformación, una reforma espiritual que nos acerca más al corazón de Dios. ¡Alabado sea el Señor, que en Su inmensurable bondad, escucha las oraciones de Sus hijos!
Nosotros, los verdaderos cristianos salvadoreños, tenemos el privilegio de celebrar, en una fecha tan especial como el 31 de octubre, tanto el Día Nacional de la Iglesia Evangélica de El Salvador como el Día de la Reforma Protestante.
Estas festividades nos llevan a reflexionar sobre la esencia pura y liberadora del evangelio de Jesucristo. Nos desafían a mantenernos fieles a la Palabra de Dios, a priorizar siempre la gracia divina sobre cualquier intención humana, y a reconocer la importancia de una relación personal y directa con nuestro Señor y Salvador.
La Reforma Protestante, que tuvo inicio en 1517, estableció un antes y un después en la historia de la iglesia, subrayando la necesidad de regresar a las Escrituras única fuente de autoridad y verdad. Dios ocupó a los reformadores para provocar un examen de conciencia entre los verdaderos cristianos de entonces, quienes rápidamente observaron la necesidad de una profunda reforma teológica. Un regresar a la Biblia y su evangelio. La tesis 65 de Lutero resume muy bien el significado de la Reforma Protestante: “El verdadero tesoro de la Iglesia es el Santísimo Evangelio de la gloria y de la gracia de Dios”.
¿Qué conmemoramos entonces, como iglesia evangélica en nuestro Día Nacional, teniendo en cuenta nuestras raíces y herencia reformada? Celebramos el día en que la luz del Evangelio de Jesucrito anunciado en la Sola Escritura, alumbró al mundo en medio de las tinieblas. Exaltamos la justificación que emerge de la Sola Gracia de Dios, por medio de la Sola Fe en Solamente Cristo Jesús. Y alabamos que Solamente de Dios es toda la Gloria en esta obra de redención.
Hermanos evangélicos de El Salvador, en esta dual conmemoración, recordemos el constante llamado de Dios a nosotros Su iglesia, en nuestra nación: ser la luz y la sal del evangelio de Su gracia, siendo reflejo de su amor y misericordia en cada esfera de nuestra sociedad.
Es mi oración que, como iglesia evangélica y protestante en El Salvador, sigamos fortaleciéndonos en la fe, que nos unamos más que nunca en amor fraterno, y que continuemos siendo instrumentos de paz, justicia y esperanza para nuestra nación. Que en cada congregación, en cada casa y en cada corazón, resplandezca el amor de Cristo y que, juntos, trabajemos para que su Reino siga edificándose en los corazones de los salvadoreños.
En este día especial, extiendo un cordial y fraterno saludo a todos los cristianos de nuestra nación. Celebremos con gozo y gratitud, recordando las palabras de Efesios 2:8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.
Pastor Javier Domínguez
Presidente de la Alianza Evangélica de El Salvador
31 de Octubre, 2023
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